El Papa del fin del mundo / La Profecía de San Malaquías
La Profecía de los Papas atribuida a San Malaquías ejerce una fascinación peculiar. Por un lado, su lenguaje enigmático —con lemas como Petrus Romanus o De gloria olivae— evoca un destino divino para la Iglesia. Por otro, su historia está plagada de inconsistencias: surgió en 1595 sin rastro medieval, y sus "aciertos" dependen de interpretaciones forzadas.
¿Por qué, entonces, tantos la toman en serio? La respuesta no está solo en la fe, ni solo en la psicología, sino en la compleja interacción entre ambas.
El ser humano busca patrones incluso donde no los hay. Algunos han querido ver en ‘De medietate lunae’ (‘de la mitad de la luna’) una referencia al breve pontificado de 33 días de aquel Papa, pero esa comparación peca de forzada: compara una fase lunar —que siempre dura alrededor de 14 días— con un reinado muy concreto, y obliga a encajar biografías con un texto demasiado vago. Pero si revisamos la lista completa, muchos lemas son tan vagos que podrían aplicarse a casi cualquier pontífice. Es el efecto Barnum: afirmaciones genéricas que parecen personales (como los horóscopos).
La fe no exige creer en esto. La Iglesia distingue entre Revelación pública (la Palabra de Dios, cerrada con los Apóstoles) y revelaciones privadas (como Fátima o Lourdes), que —incluso reconocidas— no son dogma. Esta profecía no cumple los criterios de autenticidad histórica ni teológica.
Ese ansia de encontrar sentido no se limita a interpretar símbolos: busca un relato que explique la historia entera. Ahí entra el verdadero poder de la narrativa…
En ese aspecto, las profecías funcionan como mitos unificadores: dan sentido al caos y prometen un orden oculto. En épocas de crisis —como la Contrarreforma, cuando apareció este texto—, ofrecen consuelo. Pero también pueden ser instrumentos de control: si el fin está cerca, ¿Quién cuestionará a los líderes que "interpretan" el designio divino?
Aquí la fe auténtica debe discernir: Dios no nos priva de libertad ni de razón. Jesús advirtió contra los falsos profetas (Mateo 7:15) y pidió discernimiento (Lucas 12:54-56). La verdadera esperanza no se basa en predicciones, sino en la confianza activa en Dios.
Detrás de la atracción por estas profecías hay un anhelo legítimo: la seguridad en un mundo inestable.
Proyectamos en esos textos nuestros miedos (al caos, a la muerte) y nuestros deseos (de protección, de significado). El problema surge cuando confundimos esa necesidad con verdades reveladas.
La fe madura no huye de la incertidumbre; la abraza con esperanza. Como decía San Agustín: "Si comprendes, no es Dios".
Claves para No Ser Engañado por esta farsa de profesia
Historia vs. Leyenda: ¿Hay evidencia sólida? Esta profecía no aparece hasta 400 años después de San Malaquías.
Doctrina vs. Especulación: Ningún concilio o papa la ha avalado. La Iglesia no la incluye en su enseñanza.
Fructifica en libertad o en miedo: Lo que viene de Dios edifica (1 Cor 14:3). Si una "profecía" genera ansiedad o sumisión ciega, es señal de alarma.
La Profecía de los Papas es un espejo de nuestras búsquedas. Pero la fe no es adivinar el futuro, sino caminar con confianza —y con lucidez— hacia él. Dios no nos llama a ser corderos pasivos, sino discípulos que "examinan todo y se quedan con lo bueno"
(1 Tes 5:21).
Si algo nos enseña este texto es que, más que descifrar enigmas, nuestra tarea es vivir con plenitud, responsabilidad y amor aquí y ahora. Ese es el único "fin de los tiempos" que realmente importa.
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