El Cónclave: Cuando el Alma Decide, el Espíritu Sopla - Reflexión después del Concilio



“Más se consigue en un momento de silencio que en muchas palabras.”
San Juan de la Cruz




Nos ha tocado presenciar un momento extraordinario: la elección de un nuevo Papa. León XIV ya ha sido proclamado, y mientras el mundo analiza su perfil y sus primeras palabras, algo más profundo ocurre en silencio.

Leon XIV



El cónclave —ese acto solemne y secreto— no es solo un evento eclesial. Es también un espejo. Porque aunque ocurre en Roma, nos habla a todos: de nuestras decisiones, de nuestras luchas internas, de las voces que nos habitan. Detrás del humo blanco hay algo más que una elección: hay un símbolo. Una metáfora de lo que ocurre, muchas veces sin cámaras, en el alma humana.

mi intención es reflexionar en lo esencial: de cómo cada cónclave —como cada corazón— se debate entre fidelidad y ambición, entre luces y sombras, entre la voluntad de Dios y nuestros propios deseos.


Habemus Papam



Y es que, cuando el mundo mira hacia el Vaticano en espera de humo blanco, no siempre comprende lo que ocurre entre esos muros.

Pero quizás, más allá de los protocolos y las sotanas, lo que allí sucede refleja un drama que todos llevamos dentro: el alma que busca a Dios, que debe decidir, que se debate entre muchas voces… y que desea ser guiada, pero sin dejar de ser libre.


Cónclave, cum clave, “con llave”

No sólo los cardenales se encierran para elegir. También el alma, si quiere escuchar al Espíritu, debe cerrarse al ruido exterior. 

Podemos decir que el cónclave no es solo un procedimiento. Es una parábola viva. Una invitación a cerrar la puerta, guardar silencio… y discernir.


He leído y escuchado en redes de forma repetida las siguientes dudas ¿Quién elige al Papa? ¿Los hombres… o Dios?


Desde la fe, se dice que el cónclave es guiado por el Espíritu Santo. Pero no se trata de una elección mágica ni de una imposición divina. La teología es clara: Dios no suprime la libertad del hombre. La ilumina.


Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) lo decía así:

“El Espíritu Santo no dicta nombres, pero acompaña el proceso.”

“La Iglesia no está gobernada por milagros, sino por hombres que deben dejarse conducir.”


Karl Rahner agregaba:

“El Espíritu está presente no en lo espectacular, sino en lo concreto, en lo oculto, en la conciencia.”


Fabrice Hadjadj, con su estilo agudo, lo lleva más lejos:

“El Espíritu no garantiza el control. Lo interrumpe.”

“Puede estar en lo inesperado, en lo que quiebra la lógica del poder.”


Siempre he creído que el exterior no es otra cosa que fruto de nuestro interior y lo propio quiero aplicar con el cónclave como espejo del alma.

 

Así como los cardenales eligen entre varios “papables”, también el alma elige cada día entre múltiples voces internas:


1. El ego que quiere ser servido.

2. El miedo que quiere evitar riesgos.

3. El deber que exige renuncia.

4. Y la voz de Dios, suave pero firme.


El cónclave, entonces,  es una metáfora viva del discernimiento cristiano. Ese momento en que el alma, en silencio, entre lágrimas y luchas, debe decidir qué voluntad seguirá: la suya o la de Dios. hasta que ese momento mágico ocurre


Humo blanco en el corazón: cuando el alma dice sí


Cuando el cónclave llega al consenso, se libera humo blanco. En el alma también ocurre ese fenómeno: después de orar, discernir y confiar, llega la paz. No una paz superficial, sino esa certeza profunda de haber elegido según la luz.


Ese es el Papa interior: la decisión vital que representa a Cristo en nuestra vida. La que confirma a los hermanos, la que guía, la que ama sirviendo.


Pero, ¿Y si se elige mal? ¿Y si se vota con intereses? La historia eclesial lo sabe: no todos los Papas fueron santos. Y sin embargo, el Evangelio siguió avanzando. Porque, si bien el Espíritu no garantiza perfección, sí garantiza promesa. Dios no abandona la Capilla Sixtina… ni el corazón humano, incluso cuando se equivoca.


Como decía Rahner: “El Espíritu no actúa sólo en lo perfecto. Actúa en lo que está en camino.”


El poder como tentación… y como misión

Ahora, también tenemos que enfocarnos en la dimensión más compleja: el cónclave es también un acto de poder. Y si, el poder puede corromper, puede endurecer… o puede redimir. Todo depende de cómo se lo entienda.

“El que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos” (Mc 9,35)

Para el cristiano, el poder no es dominio, es servicio. Y esa es la gran prueba: elegir un Papa no para que reine, sino para qué cargue con una cruz. Ratzinger lo vivió. Por eso renunció y en esa renuncia, se reveló un misterio: el Espíritu puede actuar también por ausencia. Porque hay veces donde la grandeza está en no aferrarse al cargo.


1. El Espíritu no sopla en el control… sopla en la entrega

2. El Espíritu Santo no necesita resultados previsibles.

3. No exige pureza absoluta. No habita en los castillos de la perfección.


Entonces podríamos llegar a una conclusión: 

El Espíritu Santo Sopla donde hay humildad. Donde el alma o la Iglesia dice: “No sé qué hacer, pero confío.” 

Y cuando eso sucede, puede surgir el nombre menos esperado. Y también puede surgir —en tu alma— la decisión más valiente.


No hace falta estar en Roma para vivir un cónclave. Cada vez que tienes que decidir entre el amor y el orgullo, entre la luz y la comodidad, entre lo fácil y lo fiel… estás votando en tu propia Capilla Sixtina. Y Dios espera. No para imponerse. Sino para acompañarte en ese momento sagrado donde, como en el cónclave, la libertad se cruza con la gracia. Y si elegimos con el corazón abierto… habrá humo blanco también en el cielo.


Si deseas seguir profundizando en otros aspectos te invito a ver este video que prepare para Youtube:


Ducktoro

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