Cipriani, la verdad y el miedo: entre la difamación y la fidelidad


“La verdad es como un león.
No necesitas defenderla. Suéltala, y ella se defenderá sola.”
San Agustín



No son pocos los que, ante cualquier intento de hablar sobre el caso Cipriani, levantan la voz con una frase que parece escudo moral: “Eso es difamación. No debemos hacer eco de esas cosas. Hacemos daño a la Iglesia”.


Y es comprensible. Hablar de un cardenal sancionado por el Vaticano no es fácil. Menos aún si ese cardenal fue figura de poder, de referencia y hasta de consuelo espiritual para muchos. La tentación es natural: proteger lo que nos dio sentido. Pero cuando el miedo nos obliga a negar los hechos, ya no estamos protegiendo la fe. Estamos protegiendo una imagen. Y eso, más que fidelidad, es idolatría institucional.


No es difamación cuando hay verdad


En enero de 2025, el Vaticano confirmó públicamente que en 2019 la Congregación para la Doctrina de la Fe impuso al cardenal Juan Luis Cipriani un precepto penal con medidas disciplinarias, las cuales incluyeron restricciones sobre su actividad pública, su lugar de residencia y el uso de insignias episcopales. 


Estas medidas fueron aceptadas y firmadas por el propio Cipriani. Días después, la Conferencia Episcopal Peruana respaldó dicha información y destacó que la Iglesia actuó con justicia y caridad pastoral, protegiendo la dignidad de la presunta víctima. Haciendo lo Propio el Arzobispado de Lima.


https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2025-01/cipriani-acusaciones-prensa-abuso-confirmacion-sanciones-vatican.html (Vatican News es el servicio oficial de información del Vaticano. Depende directamente del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede) https://iglesia.org.pe/wp-content/uploads/2025/02/2-MENSAJE-DE-LA-CEP-LA-VERDAD-LES-HARA-LIBRES-2025.pdf https://www.facebook.com/photo/?fbid=1019648766863118&set=a.622164413278224



¿Cómo puede llamarse difamación a lo que ha sido reconocido por la máxima autoridad eclesial del país y por el propio Vaticano?


¿Cómo puede hablarse de ataque a la Iglesia cuando es la Iglesia la que actuó?


El problema no está en el escándalo. El problema está en no saber qué hacer con él.


Cipriani, en sus cartas públicas, ha querido presentarse como víctima de una campaña injusta. Pero lo cierto es que nunca negó la existencia de la sanción. Solo intentó relativizarla. Nunca explicó por qué, teniendo derecho a un proceso judicial canónico, decidió aceptar una medida disciplinaria administrativa sin defenderse. Nunca respondió con claridad a la denuncia. Y sobre todo, nunca reconoció su desobediencia al reaparecer públicamente, sabiendo que le estaba prohibido.


La pregunta no es si le hicieron daño con una denuncia. La pregunta es si él actuó con la verdad que predicaba.

@Ducktoro analiza el caso Cipriani


No se trata de destruir. Se trata de corregir.


Decir la verdad sobre Cipriani no es atacar a la Iglesia. Es justamente recordarle a la Iglesia que su fuerza no está en el blindaje de figuras públicas, sino en su capacidad de corrección, conversión y justicia.


Chesterton lo entendía con claridad. En sus relatos del Padre Brown, nos enseñó que quien desentraña el crimen no es el que odia al criminal, sino el que lo comprende. Padre Brown puede identificar al asesino porque primero se imagina a sí mismo siendo él. Y ese estremecimiento es el inicio de la verdadera redención: la conciencia de que todos podemos caer. De que la santidad no es ausencia de error, sino lucha honesta contra el error.


Por eso hablar de Cipriani no es destruir su legado. Es reconocer que su legado está incompleto si no incluye la humildad de asumir sus faltas. Que la conversión solo es real cuando se abandona la soberbia del poder y se abraza la verdad.


Porque redención no es justificarse. Es reconocer el daño. Y comenzar a reparar.


La falta de obediencia de Cipriani al reaparecer sin permiso no es un detalle. Es el síntoma de un mal mayor: el de quienes creen que están por encima de la Iglesia misma.


Hoy más que nunca, necesitamos recordar que la Iglesia no necesita defensores que callen la verdad, sino fieles que la vivan, incluso cuando duele. Porque solo quien ama a la Iglesia de verdad, es capaz de corregirla cuando se equivoca. Y solo quien cree en la misericordia, es capaz de pedir perdón sin justificar su pecado.


Hablar no es traicionar. Callar cuando hay que hablar, sí lo es.


Y si la verdad es de Dios, entonces todo lo que nos acerque a ella, aunque nos incomode, es también un acto de fe.


Puedes complementar esta reflexión viendo el siguiente video donde profundizo aun más sobre este caso:





@Ducktoro

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