El Español vs. Bertomeu: Las 3 trampas retóricas de un artículo que oculta más de lo que muestra


"Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad."
Aristóteles


Siempre me fascinó esa frase. Porque resume con brutal elegancia lo que muchos olvidamos, en ocasiones, en medio del ruido, los titulares rimbombantes y los juicios apresurados: que la verdad no se negocia por simpatías, ni se amolda a lo que nos conviene creer. A veces duele. A veces incomoda. Pero sigue ahí, esperando ser descubierta bajo capas de narrativa.

Y gracias a un querido amigo  puede leer y releer el artículo publicado por El Español el 9 de abril de 2025, titulado:

Las amistades peligrosas de monseñor Bertomeu, el 007 del Vaticano: conflictos de interés y borrado de webs.


Pensamiento critico vs Manipulación


Por el titular podría parecer una historia de espías, de operaciones secretas en tierras exóticas, de sotanas con licencia para investigar. Pero en realidad, es otra cosa. Es una pieza periodística que intenta ser denuncia, pero termina siendo espectáculo; que quiere parecer profunda, pero se hunde en lo superficial.


¿Periodismo de investigación o ensayo de ficción con personajes reales?

Desde el título ya nos daba señales a qué juega el autor: al sensacionalismo. A esa sed de sangre con sotana que tanto vende. “El 007 del Vaticano”. Vamos, por favor. No es solo una metáfora antojadiza. Es una construcción narrativa para predisponer al lector. Y lo logra: uno ya entra al texto esperando encontrar a un espía de Dios aliado con villanos de cuello blanco (toda una escena digna del código Da Vinci).


Pero a medida que uno avanza, algo llama la atención: no hay acusaciones directas, ni pruebas contundentes, ni declaraciones contrastadas. Hay sombras. Hay fotos con copas de vino. Hay gente reunida. Hay fuentes “anónimas” (el as bajo la manga de todo redactor sin evidencia). Y mucho, muchísimo, de lo que los lógicos llaman non sequitur* y los filósofos de la sospecha, simplemente, manipulación.


La falacia como columna vertebral

Utilizaremos los mismo textos del articulo para explicarlo en los hechos:

“Su proximidad manifiesta con los militantes de la disolución… suscita interrogantes sobre la imparcialidad…”

Traducción: como se sacó una foto con los que critican al Sodalicio, entonces ya no puede ser objetivo.

Esto es una falacia de culpa por asociación.


Otro ejemplo:

“Manel Riera, su colaborador en Perú, tenía una empresa fantasma con perfiles creados por inteligencia artificial…”

¿Y eso qué prueba de Bertomeu? Nada. Pero se insinúa todo.

Otra vez cae en la falacia de la culpa por asociación.

Es decir, si alguien cercano a ti comete una irregularidad, automáticamente tú debes saberlo, aprobarlo o haberlo impulsado.

Pero pensemos con honestidad: ¿Quién puede garantizar absolutamente cada acción de un colega, un subordinado o incluso un amigo por el que sentimos simpatía o respeto profesional? ¿Acaso ser jefe o compañero de alguien implica omnisciencia sobre su conducta privada o sus decisiones en otros contextos?

Este tipo de razonamiento no solo es injusto: es peligrosamente simplista. Abre la puerta a que cualquiera sea condenado más por su círculo que por sus propios actos.

No se trata de informar, sino de orientar emocionalmente al lector. No se presentan hechos, sino que se sugieren interpretaciones. No se investiga, se escenifica una culpa probable.

Es el arte de sembrar sospechas sin asumir la responsabilidad de la acusación. ¿La estrategia? Repartir elementos ambiguos como si fueran certezas, y confiar en que el lector —movido más por la indignación que por el juicio— conecte los puntos con el lápiz de la paranoia.


El uso emocional del lenguaje: cuando el adjetivo se vuelve arma

El artículo está plagado de epítetos cuidadosamente elegidos para crear un clima:

“Agente 007 del Vaticano”, “Payasos”, “Drag queen mediática”, “Sicarios informativos”

No es un debate. Es una pelea de bar. Pero con pretensión de editorial. Y eso es lo más peligroso. Porque cuando el periodismo abandona el dato y abraza la caricatura, lo que se destruye no es al acusado… es la confianza en el propio medio.


Y cuidado: esta crítica no defiende a Bertomeu. No sé si es culpable o no. No me interesa blindar personas ni instituciones. Me interesa defender algo más valioso y frágil: la credibilidad del proceso, la ética del juicio, la integridad del pensamiento crítico.


La crítica que se autodesacredita

La paradoja es amarga: quienes afirman cuestionar la imparcialidad de Bertomeu —con una investigación que pretende velar por la justicia del proceso— terminan socavando esa misma justicia al hacerlo con amarillismo, desproporción y maniqueísmo narrativo.

Si el objetivo es evaluar su idoneidad, ¿por qué no hacerlo con pruebas, argumentos y contexto?

Porque cuando se quiere poner en duda una figura, el primer mandamiento debería ser no manipular al lector.

Ese principio, elemental pero incómodo, se olvida cuando se reemplaza el periodismo con el activismo emocional. Cuando lo que importa no es entender, sino incendiar. Cuando se hace pasar la sospecha por certeza, el montaje por documento, y la cercanía por complicidad.


Pensar, aunque duela

Quien piense que criticar un artículo así es defender lo indefendible… no ha entendido nada. El pensamiento crítico no se subordina a causas ni a bandos. Porque cuando la prensa abandona el método, cuando la lógica se sustituye por slogans, y cuando la verdad se acomoda según conveniencia, lo que queda es propaganda. De un lado o del otro. Pero propaganda al fin. Y con la propaganda, nunca se construye justicia.


Tengo que dejar claro algo: No me molesta que alguien critique a Bertomeu, he sido testigo de la fragilidad humana y ya nada me sorprendería. Lo que me molesta es que lo hagan sin rigor, sin pruebas, sin equilibrio. Porque, repito, la verdad no necesita ser adornada ni empujada. Solo necesita espacio para ser dicha.


Y si verdaderamente queremos limpiar a la Iglesia, sanar a las víctimas, y restaurar la confianza, no lo haremos con titulares astutos, sino con la valentía de pensar sin miedo y de hablar sin distorsionar. Y como lograr esto... pues aquí mi pequeña contribución:


¿Cómo detectar si un medio o artículo intenta manipularte?

Si bien todos tenemos derecho a estar a favor o en contra de una causa. Debemos de tener presente que no todo vale. Aquí algunos consejos simples y prácticos para leer con pensamiento crítico:


1. Cuidado con los adjetivos “cargados”

Si el artículo usa más adjetivos que datos, desconfía.

Palabras como “oscuro”, “siniestro”, “cómplice”, “polémico”... no informan, juzgan por ti. El buen periodismo muestra los hechos y te deja decidir.


2. ¿Te muestran hechos o solo insinúan?

Frases como “todo apunta a que…”, “se habría visto…”, “aparenta ser…” son signos de alarma.

Cuando hay pruebas, se muestran. Cuando no las hay, se construyen climas de sospecha y esto último esta mal.


3. Falta de equilibrio o voces ausentes

Si solo hablan los que acusan o los que defienden, el texto está cojo.

La verdadera información muestra todas las versiones, incluso cuando el acusado no quiere declarar.


4. ¿Hay contexto o te lanzan a la piscina sin agua?

Si no sabes qué es el Sodalicio, quién es Bertomeu o por qué se habla de ellos… y el artículo tampoco lo explica, te están manipulando emocionalmente.

Sin contexto, la historia parece más grave o más liviana de lo que realmente es.


5. ¿Te lo cuentan o te lo venden?

El periodismo no debe “venderte” una idea con frases seductoras o lenguaje teatral.

Cuando parece una serie de Netflix más que una noticia, cuidado: te están entreteniendo, no informando.


6. ¿Te hace pensar… o reaccionar?

Si después de leer te sientes rabioso, asustado o “en el bando correcto” sin haber entendido del todo el tema… probablemente te manipularon.

El buen periodismo te incomoda para que pienses, no para que grites.


Entonces para dejar todo claro. Puedes defender una causa. Puedes tener convicciones fuertes. Pero la verdad se defiende con nobleza, no con trampas.

Siempre he pensado que si he de ganar…“será limpiamente, como un caballero.”


Ducktoro
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(*) "Non sequitur" es una expresión en latín que significa "no se sigue". Ocurre cuando la conclusión no se deriva lógicamente de las premisas. Ejemplo: Premisa: Juan es muy bueno en matemáticas. Conclusión: Por eso será un gran presidente.


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