El fenómeno Traoré: soberanía, mito y la política del miedo

"El plan histórico es perfecto, las fuerzas son omnipotentes, pero la voluntad individual, investida de poder, puede, con una sola decisión, derrumbar siglos de progreso. La historia no es una matemática, porque siempre puede irrumpir un solo acto de voluntad que lo cambie todo."

Ducktoro. Concepto inspirado en la figura del Mulo y la Psicohistoria en Isaac Asimov, Fundación e Imperio





Burkina Faso puede parecer un punto distante en el mapa global, pero lo que sucede allí trasciende la mera geografía. Este país del Sahel es, en realidad, un laboratorio político que articula y refleja los dilemas universales del poder en el siglo XXI: ¿Cómo puede recuperarse una soberanía tras el colapso estatal? ¿Cómo es que una la política del miedo puede engendrar nuevas formas de legitimidad? Cuando las viejas ideas o promesas dejan de funcionar, ¿qué hace la gente para llenar el vacío y encontrar un nuevo propósito?


Burkina Faso y Occidente

En este escenario de crisis emerge el capitán Ibrahim Traoré, un joven líder militar. Su imagen es un acto de comunicación política deliberado: viste un uniforme austero complementado por la boina roja, un poderoso significante que lo conecta de inmediato con la memoria del líder revolucionario Thomas Sankara (1983-1987). Traoré se presenta no solo como un militar, sino como el heredero de un gran orgullo nacional. Su imagen invoca una historia de dignidad africana y de resistencia radical contra el control externo, un mensaje que su pueblo comprende perfectamente.


Este breve ensayo tiene como objetivo analizar a Traoré no solo como un individuo, sino como un depositario simbólico de una profunda necesidad social. La pregunta central es la de su esencia: ¿Estamos ante un hombre con las limitaciones y contradicciones de cualquier líder, o ante un mito funcional que un pueblo agotado por el caos necesita desesperadamente para reorganizar su sentido de identidad y propósito?


El Tablero Geopolítico del Sahel

Sahel, Burkina Faso


Para comprender el ascenso de Traoré, es imprescindible entender el contexto donde opera. El Sahel no es una región marginal; es un corredor geoestratégico golpeado por la desertificación, la violencia yihadista (con miles de desplazados internos) y la inestabilidad estatal.


¿Cuál es la relevancia global de esta región?


Primero debemos comprender que la inestabilidad del Sahel alimenta las rutas de migración hacia el Mediterráneo, haciendo que la seguridad de Europa esté intrínsecamente ligada a la de África Occidental. Además, es un foco de grupos terroristas que amenazan la estabilidad regional.

Otro item importante son sus riquezas minerales, el subsuelo de la región contiene minerales críticos como oro, manganeso, uranio y litio, esenciales para la transición energética global y la industria tecnológica (baterías, energía nuclear). El control de estos recursos es un eje de competencia entre potencias.

También debemos de recordar que la región del Sahel es un corredor de tránsito vital. Su vasta extensión y sus porosas fronteras son cruciales para el movimiento de personas, bienes y la infraestructura energética del continente. El control territorial en el Sahel es clave para garantizar el flujo de materias primas desde el interior hacia las costas y los mercados globales. La inestabilidad aquí amenaza las cadenas de suministro y los intereses económicos de las grandes potencias que dependen de estos accesos.

En resumen, el Sahel no es una periferia aislada. Es una pieza de ajedrez global donde convergen amenazas a la seguridad, recursos esenciales y rutas de tránsito críticas, haciendo que cualquier cambio de régimen tenga repercusiones internacionales.

La figura de Traoré emerge en esta encrucijada, convirtiéndose en un foco geopolítico que atrae el interés de actores tan diversos como Francia, Rusia, China y Turquía. Es buscado no tanto por quién es, sino por lo que su posición representa: la custodia de un territorio clave.



El Miedo brinda Legitimidad 

La fuerza política inicial de Traoré se explica a través de la filosofía hobbesiana. Para estudiantes que inician la filosofía política, es clave entender que la teoría de Thomas Hobbes (en su obra El Leviatán) es radicalmente pesimista respecto a la naturaleza humana.

Hobbes, escribiendo en el contexto de la guerra civil inglesa, concluyó que la sociedad y la política no nacen de la moral o la esperanza, sino del miedo. Específicamente, del miedo a la muerte violenta y al "estado de naturaleza" —que él describe como el bellum omnium contra omnes (la guerra de todos contra todos).

Este miedo absoluto lleva a los individuos a un pacto social en el cual están dispuestos a sacrificar gran parte de su libertad y derechos individuales para otorgar poder a un Soberano fuerte (el Leviatán), cuya única función es garantizar el orden y la seguridad.

En Burkina Faso, esta lógica se manifiesta de manera cruda: el Estado se desmorona, el yihadismo arrasa comunidades y la anarquía amenaza la vida cotidiana. Ante este abismo del desorden, la población está dispuesta a aceptar la autoridad de un líder fuerte —aunque autoritario— a cambio de la promesa de estabilidad. Traoré capitaliza la política del miedo, convirtiendo el deseo de freno y orden en su principal fuente de legitimidad.



Construyendo un Mito

La seguridad del Leviatán es necesaria, pero insuficiente. Para sostener un proyecto a largo plazo y generar adhesión emocional, se necesita un relato o un mito.


El filósofo Friedrich Nietzsche nos ayuda a entender por qué. Su famoso anuncio de la "muerte de Dios" no fue una celebración, sino la descripción del vacío existencial que queda cuando los grandes sistemas de creencias y valores (ya sean religiosos, imperiales o las promesas fallidas de la democracia liberal) colapsan. Nietzsche advierte que el ser humano no tolera este vacío de sentido; necesita relatos que ofrezcan coherencia y esperanza. En Burkina, el fracaso del modelo estatal post-colonial ha creado un vacío que el mito de Sankara puede llenar.

Aquí el semiólogo Roland Barthes puede darnos mas luces. Barthes explicó cómo funcionan los símbolos en la cultura. Un signo tiene dos caras: el significante (el objeto material, la boina roja) y el significado (la idea o concepto que evoca, la revolución, la dignidad africana).

En política, los símbolos son atajos de la memoria y la emoción: condensan en una sola imagen lo que no cabría en cien discursos. La boina roja de Traoré es un signo político que apela a la nostalgia de una era de orgullo nacionalista, conectando al joven líder con la figura casi mítica de Sankara, y ofreciendo un sentido de continuidad revolucionaria a la juventud.



El Líder como Depositario Emocional

El nexo entre el líder y el pueblo se profundiza a través de un mecanismo psicológico: la transferencia, concepto desarrollado por Sigmund Freud.

En el psicoanálisis, la transferencia es el proceso inconsciente por el cual un individuo proyecta en una figura actual (el analista) emociones, deseos y resentimientos que en realidad pertenecen a figuras de autoridad de su pasado (padres, maestros).

En la política de masas, ocurre una transferencia colectiva: el líder se convierte en un depositario simbólico. El pueblo proyecta en él sus necesidades más profundas: lo ven como protector, como figura de guía, como el padre que pone orden o el héroe que trae redención. 

Traoré recibe el miedo al caos, la esperanza en la soberanía perdida y la necesidad de una figura fuerte que guíe a la comunidad. Este vínculo, sin embargo, es inherentemente inestable, pues el líder es idealizado; si las expectativas se frustran, el amor ciego puede transformarse en resentimiento feroz.



La Lucha por la Libertad (de Objeto a Sujeto)

El gesto de Traoré al romper con la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental), vista por muchos como una extensión de la influencia económica y política occidental, es un acto filosófico de reivindicación de la soberanía.

Esta lucha puede interpretarse a través de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. Históricamente, el colonizado ha sido tratado como objeto: alguien sobre quien se decide, alguien que se usa para extraer recursos. En este modelo, el "esclavo" (el colonizado) es dependiente del "amo" (el colonizador).

El acto de soberanía es la búsqueda de convertirse en sujeto: alguien que decide por sí mismo, que reclama dignidad y que escribe su propia historia. La ruptura con las estructuras de dependencia se percibe como el momento en que un pueblo se reconoce en su propia capacidad de obrar y decide dejar de ser un objeto en el tablero de las potencias, para tomar el control de su destino. 

El dilema contemporáneo, por supuesto, es si esta emancipación es auténtica o si solo representa un cambio de amo (de Francia a Rusia, China u otros).


Del Romanticismo a la Acción

Finalmente, el desafío estructural del caudillismo es que, al concentrar todo el sentido y el poder en el líder, las instituciones se debilitan. Un país atado al carisma o al humor de un solo hombre no puede construir continuidad ni estabilidad a largo plazo.

Aquí la filosofía existencialista de Jean-Paul Sartre nos ofrece una clave: "Estamos condenados a ser libres." La libertad política no da excusas; obliga a la decisión y a la asunción de responsabilidades. Toda acción política—romper alianzas, firmar nuevos contratos, reordenar la seguridad—es una decisión con consecuencias medibles.

Por eso, el verdadero reto no está en la altura de los discursos épicos ni en la potencia de los símbolos, sino en el cambio de métricas. La soberanía real no se prueba con símbolos, sino con resultados de gestión y una buena métrica son los siguientes items:


1. Reducción de los tiempos logísticos y aduaneros.

2. Aumento del valor agregado de las exportaciones (vender barras de oro doré y no solo tierra cruda).

3. Garantía de servicios públicos básicos: que el profesor cobre puntual y la escuela tenga agua potable.


El mito convoca, pero solo la gestión consistente y eficaz sostiene el proyecto a largo plazo.


La figura de Traoré nos interpela porque, al final, la política en Burkina Faso refleja dilemas que son universales: el miedo frente al caos, la necesidad de orden y el hambre de sentido. Lo que vemos en él es tanto su realidad como el espejo de nuestras propias ansiedades sobre la gobernabilidad y el liderazgo.


El futuro de Burkina Faso se jugará en la capacidad de su liderazgo para transformar el relato de emancipación en instituciones funcionales y resultados tangibles. Si se logra, el país habrá pasado de ser una pieza de cambio en el tablero global a un sujeto político con verdadera preponderancia. El símbolo habrá cumplido su función. Si no, quedará como un destello más en la larga historia de líderes carismáticos que no lograron consolidar su proyecto.



Ducktoro

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